El sol es fuente de vida, sin él no existiríamos.

Sin embargo, el sol actúa como agresor con influencias negativas demostradas. El sol emite tres tipos de radiaciones.

  • Visibles: son radiaciones luminosas que atraviesan por completo la piel sin dejar huella.
  • UVE: son radiaciones más peligrosas, no llegan a la tierra gracias al efecto escudo que proporciona la capa de ozono.
  • UVB: actúan muy rápidamente provocando quemaduras, aumento del espesor cutáneo y favorecen la aparición del cáncer cutáneo. Los UVB también son responsables del bronceado.
  • UVA: se filtran hasta las capas más profundas de la piel. Se reciben conjuntamente con los UVB potenciando su acción y son los responsables del envejecimiento prematuro de la piel.
  • Los infrarrojos (IR): tienen una acción térmica sobre la piel, producen calor provocando vasodilatación, sensación de sudor y enrojecimiento.

 

Cuando no nos protegemos la piel se mancha. Existen varios tipos: de intensidad, tono, zona de aparición y factores desencadenantes.

  • Melasma: son debidas a cambios hormonales a causa de embarazo, menopausia, tratamientos anticonceptivos. Aparecen en mejillas pómulos frente y mentón.
  • Hiperpigmentación postinflamatoria: aparecen donde hubo una herida, erupción, quemadura o acné, y las pieles oscuras tienen mayor riesgo.
  • Lentigos solares y seniles: aparecen por una sobre exposición al sol, especialmente con la edad (fotoenvejecimiento) en las zonas de mayor exposición al sol como el rostro, escote y dorso de las manos.
  • Efélides (pecas): características de las pieles claras y de componente genético, se intensifican con la exposición al sol.

 

Es importante:

– Protegerse cada día con un factor de protección solar 50.
– Debemos repetir la aplicación dos o tres veces al día.
– Tener la piel limpia e hidratada es importantísimo.
– Acudir a los tratamientos en cabina, es primordial, sin olvidarnos de mantenérnoslo en casa con el cuidado diario.

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